¿Cuándo el ron ya no es ron? Para responder esta pregunta, François Longueteau ha preferido elegir un ángulo positivo y tratar el tema desde otro punto de vista. Su respuesta se puede resumir más o menos así: «Esto es el ron para mí».
“Mi primer recuerdo del ron se remonta a cuando tenía 5 años, a comienzos de los años 90. Yo vivía en la destilería, un lugar de unos 400 metros. Seguramente estaría jugando con mi pequeño tractor de plástico cuando el viento trajo hasta mí el suave perfume azucarado del jugo de caña. Entonces fui a buscar a mi padre a la destilería, para probar por primera vez el jugo de caña fresco. El ron para mí, es ante todo caña de azúcar. Más concretamente, jugo de caña, la parte azucarada que se obtiene del primer prensado como si se tratase de un caramelo totalmente natural que podía comer sin que mis padres me lo prohibiesen. Fue mucho más tarde, unos 10 años después, cuando fui consciente de que todo el jugo de caña que se machacaba, servía en realidad para fabricar ron. Recuerdo que solía pasear por la destilería con los turistas mientras les explicaba como se hacía el famoso ron extraído del jugo de caña de azúcar que todo el mundo podía beber y probar, y que se filtraba unos metros más allá.
El ron también es un momento de compartir, de convivencia. Como comprenderá, no tardé demasiado tiempo en pedir mi primer ponche, evidentemente bajo el estricto control de mi madre, desconcertada por mi petición y bajo la mirada divertida de mi padre, que claramente esperaba verme hacer una mueca extraña al probarlo. Y para ser sincero, en aquél momento, el ron no fue mi bebida favorita… ¿cómo un jugo tan dulce y afrutado podía convertirse en una bebida tan fuerte, que picaba en la garganta y en la nariz?
Eso también es el ron ¡hay que acostumbrarse! Su carácter joven y potente puede sorprender a más de uno. Tanto en cuba como en el vaso, hay que airearlo el tiempo necesario para desarrollar su aroma, pero también necesitamos tiempo para poder apreciar esta bebida.
El ron es además una transmisión de generación en generación del savoir faire. Recuerdo que mi abuelo no dejaba pasar ni un día sin caminar por los campos de cultivo vigilando con ojo experto la buena marcha de las plantaciones. Su paseo continuaba hasta la destilería para controlar el jugo y la destilación, asegurando de este modo una continuidad total entre los campos y la destilería.
Más tarde, el ron acompañó mis salidas estudiantiles, convirtiéndose también en un momento festivo; solo, en ponche, en cóctel, etc, y también como ingrediente goloso en crêpes y pasteles. Y por último, también representa el momento de relax al finalizar la jornada, en el que tomar conciencia del tiempo que hemos necesitado para llegar hasta aquí. Aunque el hombre controle el funcionamiento, solo la naturaleza mantiene la autenticidad.
Nota: Es cierto que hace años la legislación podía exigir que solo un país productor de caña de azúcar pudiese vender «ron» como tal. Sin embargo, la caída de los imperios coloniales supuso la extinción progresiva de la producción de azúcar y por tanto, la desaparición de los campos de caña en la mayor parte de las pequeñas Antillas, a excepción de las Antillas francesas. Allí, la producción de ron agrícola cohabitaba con la producción azucarera mientras que Trinidad y Puerto Rico por ejemplo, empleaban melazas importadas. Por tanto, no es cierto que un niño que hubiese nacido allí, conociese el sabor del jugo de caña y lo relacionase con el ron.