Siempre he sido un coleccionista. Empecé muy joven, a los 6 años, a guardar las imágenes que venían en las tabletas de chocolate. A los 15 años coleccionaba sellos y a los 20, cajas de cerillas. A los 21 años (en 1962) conocí a mi futura mujer, una martinicana, que me descubrió el ron.
Entonces empecé a coleccionar etiquetas de ron pero también de todo tipo de bebidas (vinos, destilados, agua, zumos, refrescos…). Cuando me jubilé a los 60 años (en 2001) solo tenía cinco carpetas de etiquetas de ron.
A partir de ese momento pisé el acelerador y empecé a visitar destilerías en Martinica, Guadalupe, Reunión y Mauricio para pedir a los embotelladores que me dieran etiquetas nuevas.
Al mismo tiempo, me adherí a tres asociaciones de coleccionistas de etiquetas de vino, entre los que había gente que coleccionaba etiquetas de ron. Allí encontré a grandes coleccionistas y pude hacer muchos intercambios.
Por aquel entonces también compraba mucho en sitios de subastas online como eBay. El resultado de este trabajo es que, después de 16 años, mi colección ha crecido mucho: en este momento tengo 160 carpetas de 8 centímetros de espesor.
Además de las etiquetas de ron también colecciono todo lo que concierne a esta bebida espirituosa: carteles publicitarios, folletos, artículos periodísticos, etc.
Tengo una única restricción: no colecciono como tal las cosas que no puedo meter en carpetas, exceptuando pequeños objetos como pins y llaveros, y así me evito co-rrer detrás de las botellas (a menos que sea para coger las etiquetas).
Desde hace unos años, mi disfrute no se basa únicamente en la acumulación de etiquetas y documentos sobre el ron, sino en reunirme con personas que tienen el ron como ocupación principal (destilerías, maestros bodegueros, vendedores) así como con entusiastas de esta bebida.